martes, 6 de noviembre de 2018

Carta a Dios


             Tengo hambre de tu susurro, del aliento que soltaste aquel día en el que te abrí mi corazón y mostré mi vulnerabilidad. De aquel soplo cálido que me tocó en lo más profundo, que me mostró la más triste realidad de mi existencia y me quebrantó desde el más insondable fondo de mi alma. Toqué fondo, me sentía sola, ni un susurro de animo o alegría tocó mi puerta, no obtuve ni un atisbo de piedad de este mundo, ni un momento de satisfacción de mi propio cuerpo. Mi corazón roto, mi alma seca, mi vida descarrilada, mi sonrisa falsa, tan necesitada de amor. La desesperación se adhería a mí y no me soltaba, ir a dormir para siempre me parecía tan tentador, tan pacifico, poner fin a todos los problemas; pero ahí, a punto de abrazar el suicidio, había una voz, un susurro dentro de mí, que me decía que si le ponía fin a los problemas también le ponía fin a la lucha y al futuro, que si bien le ponía fin a la tristeza también a la esperanza de felicidad. Perdí la cuenta del número de veces que me sentí tentada a buscar ese escape, ese miedo a la vida que me consumía más y más. Un día busqué algo que consideraba incluso menos probable; te busqué a ti. Por un par de segundos casi indescifrables, levanté mi voz al cielo y pedí una señal, un mínimo de misericordia que le fuera dada a esta vida tan pobre de espíritu. Y no te hiciste esperar, acudiste en mi ayuda, esos pocos segundos bastaron para que intervinieras. Me pusiste delante la solución, solo tenía que tomarla y lo hice, no sin antes dudar. Cada día de mi vida te agradezco ese pequeño momento que hizo la diferencia. El día en que inicié mi camino de regreso hacía ti, para que me abrazaras de nuevo, para aferrarme a ti y postrarme a tus pies. He regresado a tu lado y te amo más que nunca. Durante mucho tiempo exploré soluciones espirituales, buscando algo que se pareciera al amor que sentía cuando me tenías en tus brazos, te evité a toda costa, como una niña rebelde y orgullosa, no quería aceptar que estaba equivocada y que solo a tu lado la felicidad es real. No te amo por lo que me das, te amo porque me amas, a pesar de todo, sé que siempre estuviste ahí, que me amaste cuando yo te negué, que me protegiste y que no me abandonaste. Yo que antes fui rebelde, yo que en un tiempo tuve tu gracia delante de mí, yo que pude ser libre de cadenas del mal, que pude abrazarte y escucharte, y me negué fervientemente. Yo que vi tus milagros con mis propios ojos y que sentí tu espíritu expulsando demonios a través de mi garganta, y que con gran rebeldía me los volví a tragar. Yo, mujer tan indigna que mancilló tu nombre y se burló de tu palabra. Fueron tantos los llamados a los que me negué a acudir, tantas las veces que negué tu gracia, tu amor, que podría creer que no merecía volver a tu casa, bajo tu amparo; pero me acogiste, me abrazaste y me diste la bienvenida de nuevo, donde siempre me estuviste esperando con los brazos abiertos. No hay nadie que pueda profesar tanto amor de la forma en que tú lo haces, ahora sé que soy amada y sonrío fielmente porque tú estás conmigo.

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