Tengo
hambre de tu susurro, del aliento que soltaste aquel día en el que te abrí mi
corazón y mostré mi vulnerabilidad. De aquel soplo cálido que me tocó en lo más
profundo, que me mostró la más triste realidad de mi existencia y me quebrantó
desde el más insondable fondo de mi alma. Toqué fondo, me sentía sola, ni un
susurro de animo o alegría tocó mi puerta, no obtuve ni un atisbo de piedad de
este mundo, ni un momento de satisfacción de mi propio cuerpo. Mi corazón roto,
mi alma seca, mi vida descarrilada, mi sonrisa falsa, tan necesitada de amor.
La desesperación se adhería a mí y no me soltaba, ir a dormir para siempre me
parecía tan tentador, tan pacifico, poner fin a todos los problemas; pero ahí,
a punto de abrazar el suicidio, había una voz, un susurro dentro de mí, que me
decía que si le ponía fin a los problemas también le ponía fin a la lucha y al
futuro, que si bien le ponía fin a la tristeza también a la esperanza de
felicidad. Perdí la cuenta del número de veces que me sentí tentada a buscar ese
escape, ese miedo a la vida que me consumía más y más. Un día busqué algo que
consideraba incluso menos probable; te busqué a ti. Por un par de segundos casi
indescifrables, levanté mi voz al cielo y pedí una señal, un mínimo de
misericordia que le fuera dada a esta vida tan pobre de espíritu. Y no te
hiciste esperar, acudiste en mi ayuda, esos pocos segundos bastaron para que
intervinieras. Me pusiste delante la solución, solo tenía que tomarla y lo
hice, no sin antes dudar. Cada día de mi vida te agradezco ese pequeño momento
que hizo la diferencia. El día en que inicié mi camino de regreso hacía ti,
para que me abrazaras de nuevo, para aferrarme a ti y postrarme a tus pies. He
regresado a tu lado y te amo más que nunca. Durante mucho tiempo exploré soluciones
espirituales, buscando algo que se pareciera al amor que sentía cuando me
tenías en tus brazos, te evité a toda costa, como una niña rebelde y orgullosa,
no quería aceptar que estaba equivocada y que solo a tu lado la felicidad es
real. No te amo por lo que me das, te amo porque me amas, a pesar de todo, sé
que siempre estuviste ahí, que me amaste cuando yo te negué, que me protegiste
y que no me abandonaste. Yo que antes fui rebelde, yo que en un tiempo tuve tu
gracia delante de mí, yo que pude ser libre de cadenas del mal, que pude
abrazarte y escucharte, y me negué fervientemente. Yo que vi tus milagros con
mis propios ojos y que sentí tu espíritu expulsando demonios a través de mi
garganta, y que con gran rebeldía me los volví a tragar. Yo, mujer tan indigna
que mancilló tu nombre y se burló de tu palabra. Fueron tantos los llamados a
los que me negué a acudir, tantas las veces que negué tu gracia, tu amor, que
podría creer que no merecía volver a tu casa, bajo tu amparo; pero me acogiste,
me abrazaste y me diste la bienvenida de nuevo, donde siempre me estuviste
esperando con los brazos abiertos. No hay nadie que pueda profesar tanto amor
de la forma en que tú lo haces, ahora sé que soy amada y sonrío fielmente
porque tú estás conmigo.
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