Recuerdo hace meses, el día en el
que puse en el calendario de mi teléfono tu cumpleaños, el 2 de marzo, el día
que viniste al mundo, ese día maravilloso, cuando tu madre daba a luz al que se
convertiría en el gran hombre que eres hoy. Veía esta fecha con más emoción que
nunca, porque ese día empezabas tu camino para encontrarte conmigo. En ese
instante, imaginando como tu madre te nombraba por primera vez, y desde ese
momento planeando tu regalo de cumpleaños, un pensamiento sombrío se pasó por
mi cabeza, sonreí con una actitud que me caracterizaba en aquella época, con
orgullo, pesadez, desapego… todo en un solo gesto que no duró mucho más de un
segundo, esa sonrisa, es lo único que recuerdo, porque a veces me gustaría ser
tan indiferente como lo demostraba antes de conocerte. Me pregunté a mi misma
con desgana ¿Dónde estaríamos para tu próximo cumpleaños? Desde ese momento se
me ocurrieron muchas cosas, pero ninguna por más loca y dramática que fuera se
acercaba a la realidad de lo que sería. Nunca imaginé que contestar ese hola,
me traería hasta el punto de llorar hasta quedarme casi sin lagrimas, llorar
con el corazón, desnudarme el alma ante ti, todo mi ser interior te lo
entregué, me confesé, mi vulnerabilidad era tuya, cada barrera, cada coraza,
cada muro, que en mi corazón había levantado, se rompió como cristal, solo por
tener la satisfacción de que existías en este planeta, que habías nacido y que
debías conocerme. Quien iba a pensar que serías arrebatado de mi lado antes de
estarlo realmente. Quien iba a pensar que tendría de ti solo una probada. Apenas y logré rosar tu
corazón, sin siquiera acercarme a lo que realmente quería conocer, tu alma entera, en todo su esplendor, con sus lados oscuros y toda su luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario